LA GAVIOTA VOLADORA

La gaviota voladora

En una ciudad cerca del mar vivía un niño que le gustaba caminar por la playa. Tenía 17 años y se encontraba a punto de terminar sus estudios. Se cuestionaba si seguir estudiando o buscar un trabajo como hacían todos los adultos para sobrevivir. Su corazón latía con fuerza cuando pensaba que quería tocar el piano pero sus padres no creían en él y siempre le decían lo que tenía que estudiar.

Un día se fue a pasear al mar y se tumbó sobre la arena fina y dorada, quería estar solo y refugiarse en su cueva para dejar libre el pensamiento y que por arte de magia todas sus dudas se disiparan.

Escuchando el sonido de las olas y el canto de las gaviotas se quedó dormido. De repente una fuerte sacudida de ola le mojó los pies y al lado estaba una gaviota picoteando unas migas de pan que por suerte habían dejado como alimento para las gaviotas.

­- ¿Qué haces? Me estás picoteando los pies y me estás haciendo daño – dijo el niño.

Entonces la gaviota comenzó a volar a su alrededor dando círculos, el niño no sabía por qué hacía eso. Pero detrás había otra niña con su cometa jugando y riéndose. Se dio cuenta que él no tenía alegría ni ilusión. Se sentía en una jaula cada día de su vida.

Todos los días iba a caminar al mar y la misma gaviota le acompañaba en su rato de meditación. Siempre le revoloteaba con un baile de vuelos que maravillaban al niño y le sacaba una sonrisa. Quería ser como la gaviota, decidir por él mismo y experimentar la vida aún con los errores que pudiese cometer.

Esa tarde rompió la hucha y con los ahorros que tenía se dirigió a una tienda en el centro de la ciudad y se compró un piano. Lo increíble es que la gaviota desde el cielo le acompañó todo el trayecto . Llegó a su casa y lo colocó frente a la ventana de su habitación. Las lágrimas brotaban por  sus ojos y discurrían por toda la mejilla. Los latidos de su corazón eran intensos, eso quería decir que su alma le hablaba. ¡Vamos chico, adelante, este es tu sueño!.

Un rayo de sol entraba por la ventana invitándole a cerrar sus ojos, pero sus dedos alargados comenzaron a tocar tecla a tecla componiendo una melodía divina acorde con la voz de su alma.

Sus padres que se encontraban en el salón no sabían de dónde procedía esa música que le transportaban a otra dimensión. Siguiendo el sonido lograron llegar hasta él y se quedaron estupefactos al ver que su hijo era el autor de esa melodía preciosa. El amor surgió con esa canción y todos se fundieron en un cariñoso abrazo.

Mientras tanto la gaviota voladora permanecía también en el poyete de su ventana para observar a su amigo soñador, quién había descubierto su don. Gracias a ella, su amigo escuchó su corazón.

Ese día fue el principio de la palabra libertad en la casa de aquel niño que solo quería seguir a su alma.

Libertad con respeto para dejar salir el don que todos llevamos dentro.

Gracias, gracias y gracias.

Elísabeth Pérez Canales

Un alma libre y soñadora

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